lunes, 4 de febrero de 2013

El Infierno que está bajo nuestros pies.


Divagaciones sobre la vida diaria y común de una persona común, tratando de llevar una vida común
en un Mundo que,cada día se hace menos común.
Todo el Mundo lo sabe: romper un espejo es el inicio de siete años de desgracias y pesares. Tal vez
sea el castigo por un acto de soberbia: creer que la única realidad posible es la que miramos directa-
mente,sin tomar en cuenta el reverso de las cosas que habita en los espejos.
Durante siete años,por tanto,tras astillar esa ventana al otro mundo,convendría recluirse con las cor-
tinas cerradas,aperarse con tarros de conservas,desconectar el televisor (de otro modo no vale),enco-
mendarse a los Dioses de la paciencia y no poner los pies en la calle ni para un temblor. Y ahí,entre
los muros de su hogar,meditar sobre la vida pasada,ya que la presente está detenida por prevención
de riesgos.
Al cabo de esos siete años nuestra nariz se asomará a un País políticamente enigmático. Eso,entre
otras circunstancias que no deseo imaginar,fruto de nuestra desgracia acumulada en ochenta y cuatro
meses de miedo y pavor contenido.
Hay en toda esta idea una contradicción digna de ser analizada,pero así son las cosas en el ámbito de las supersticiones cumplidas.
Entre los chistes que se contaban durante la Dictadura,había uno que me producía un vértigo semejante
a la rotura fatal de los espejos: un ciudadano agónico,pudiente y terminal,se congelaba durante cien
años,esperando a que los médicos descubrieran el remedio para su incurable enfermedad. Dicho y echo
pasado un siglo,lo despertaban. "¿Dónde estoy?" preguntaba,"en Chile". "Ah..¿y quién está gobernan-
do?" "Pinochet Quinto". Los veinteañeros de entonces estallábamos en carcajadas irreprimibles y ner-
viosas. El Alma Humana tiene esos matices.
No da lo mismo cualquier espejo. Si se trata del retrovisor externo del auto,pulverizado por el pilar de
un estacionamiento subterráneo al retroceder mirando a la derecha,la desgracia es menos abstracta y no
parece poetizable con actitudes de monje. Aquí la desdicha es inmediata y nos empuja a un abismo mo
ral: hay que enfilar ipso facto,manejando con exasperada precaución,hacia la calle Diez de Julio para
reponer el espejo con otro,que,probablemente,ha sido robado por los mismos energúmenos que acuden
gesticulando a nuestra ventanilla tuerta.
Lo anterior confirma mi intuición: los estacionamientos subterráneos son una forma de antesala del In
fierno. Su paisaje artificial es tanto o más feo que ver a mi vecina en las mañanas en bata de levantarse
y por usufructuarlo hemos de pagar una tarifa a menudo tramposa: el insufrible truco de la "fracción",
o sea si la media hora cuesta "X" y te demoras en tu diligencia menos de ese tiempo,te cobran la media hora. Y en el caso que te pasas algunos minutos de la media hora...¡te cobran la hora! así, cara de raja e impasible. Condensan,además,las perversiones del sistema: Legalizados entuertos de compli
cidad Municipal rentable,negocios de élite que aprovechan la hipertrofia del parque automotriz, mer-
cantilización de los espacios.
No tengo nada contra el desarrollo.
Todos tenemos que crecer...
Pero un crecimiento que sea armónico,sustentable,que todos gocemos de ese prometedor desarrollo,
que se nos ofrece con gran fanfarria,lluvia de papeles picados multicolores y discursos grandilocuen
tes de fin de Temporada Presidencial.
Quiero dar,mentalmente,un salto al futuro y pensar cómo nos cambiará el prometido y ya manoseado
concepto de Desarrollo y Crecimiento ¿será que todo se llenará de edificios o creceremos como País,
con nuestra identidad (si la tenemos),cambiará nuestra idiosincracia?..pensaba en todo eso cuando observo que desde el fondo del pasillo,como captando todo,estaba un espejo. Y estaba trizado.

Que tengan Muy Buenas Noches.
Que Descansen.

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