lunes, 11 de mayo de 2015

Caminatas de Antaño.


 Se ha escrito bastante sobre el caminante solitario y casi nada sobre el que aprovecha el rumbo
para estar en compañía.
 Caminar en grupo es una de las mejores formas disponibles de pasar el tiempo y de ocupar un
espacio en el entorno que nos rodeaba. Era lo que principalmente en la juventud,cuando tenía-
mos energía para rato y que siempre,dramáticamente andábamos sin un peso en los bosillos.
 Un par de micros ahorradas equivalían a una de pisco o unas cervezas. El valor del taxi que no
se tomaba en la madrugada podía financiar un churrasco o un completo bajo la luz fluorescente
de algún boliche escondido en una calle lateral.
 Ése era el motivo económico de fondo,pero por otro lado había una cuestión de amistad más o
menos profunda: uno iba descubriendo al otro o la otra en la medida en que todos iban dejando
atrás las esquinas,las cuadras,las plazas,los lotes baldíos,las poblaciones,hasta el punto en que
la ciudad parecía esfumarse en una estela luminosa de irrealidad. La conversación,de cualquier
tema,era un objetivo parcial de estos desvelos,pero esos largos silencios,que ocurrían a veces,
no incomodaban a nadie.
 La condición necesaria para ese feliz funcionamiento de estas iniciativas consistía en no comen-
tar jamás los beneficios de la caminata misma. No subrayar,no aseverar,no esperar nada.
 Simplemente se trataba de partir sin darse cuenta si íbamos cerca o lejos. Caminar,en este sen-
tido,sería equivalente a tocar un instrumento: la música no fluye si uno está demasiado cons-
ciente de lo que hace con sus dedos o sus soplidos.
 Siempre que añoro esos años de mi juventud aparecen en mi mente esos asuntos. Parece que
"el más primitivo de los impulsos humanos" (el ambulatorio) marcó para nosotros la frecuencia
de las noches en un momento en que no acabábamos de empezar a descubrir los aspectos inme-
diatos del mundo. Chesterton dijo: "El viajero ve lo que ve,el turista lo que ha venido a ver". No
era una distinción muy válida en nuestra época. A veces veíamos lo que veíamos y en otras oca-
ciones hacíamos excursiones deliberadas y las dos experiencias nos gustaba por igual.
 Caminar con alguien o en grupo a la hora del níspero,casi rayando la madrugada,viendo en el
cielo la última estrella que brillaba antes de que fuera opacada por la salida del sol. Maravilla
que adquiere casi mágicamente una verdad en el formato de nuestra existencia. Reconocer a la
pasada los árboles (los arces,los ciruelos,ligustrinos y enredaderas y algunos que ya se me han
olvidado) sepultados en las sombras de los jardines,ser acompañado en algunos tramos por
perros callejeros que eran guardianes fieles hasta cuando desaparecían en algún callejón,mirar
en silencio el paso de alguna micro que se lleva a los últimos trasnochadores y noctámbulos,
junto a los primeros trabajadores que se trasladan a sus labores.
Caminábamos por el simple hecho de caminar,para gozar del aire de la playa o bañarnos en
alguna poza escondida en los cerros.
 No sé,a veces en algún lugar de mi mente,mi distante juventud y mi presente caminan por las
mismas calles.
 Pienso ahora,en estos momentos  qué locos fuimos. Pero esa locura fue parte de nuestra juventud
( y que alguien opine lo contrario),que nos formó como somos ahora.

Que Tengan Muy Buenas Noches.
Que Descansen.

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