domingo, 8 de marzo de 2015

Los Tesoros desechados en la calle.


Hasta entrado los años ochenta nos asombrábamos de saber que en las ciudades grandes de
Estados Unidos y Europa uno podía encontrar televisores y artefactos electrónicos tirados en
la calle. La imagen nos parecía casi mágica,como si viniera de una especie de País de Nunca
Jamás o Paraíso de la Abundancia Material. Un amigo mío,que estaba asilado en Noruega,
me contaba muy contento,que había salido a pasear en bicicleta y en dos días,con lo que había
recogido en las veredas,había amoblado su departamento. Creo que éste fue uno de los
últimos cuentos de esta clase que tuve la oportunidad de escuchar.
La cultura de lo desechable llegó a nosotros hace rato,pero me parece que a la gente mayor le
cuesta un mundo adaptarse a sus parámetros. Los más viejos aún establecen con los objetos
relaciones afectivas. Para ellos las cosas parecen rendir simbólicamente,al margen de su utilidad,
y observan con un dejo de tristeza cómo desaparecen de los barrios los boliches dedicados a la
reparación.
Estos comercios antes eran legiones. Reparadoras de calzado (llamadas por todo el mundo zapa-
terías),talleres de arreglo de televisores y radios,compositores de sillas,viradores de traje.
Incluso existió una especialidad extrema: arreglo de los puntos corridos de las medias. También
en una galería oscura,escondida por ahí,hasta no hace mucho,había un taller de reparación de
muñecas. Su vitrina se veía un poco siniestra,con sus muñecas en exhibición como pequeñas
criaturas momificadas,con sus ojos fijos y brillantes y su pelo muerto.
La cultura de Vanguardia o de Retaguardia suele dar vueltas el sello de las prácticas sociales.
Ahora los talleres de bicicleta tienen un carácter distinto al de antes: se han ubicado en barrios
más o menos de moda y atienden un público que se toma el pedaleo como gesto u opción
ideológica.
Haber sabido,en la lejana infancia,que andar en bicicleta podía llegar a considerarse algo más
prestigioso que andar a pie..pero bueno,en fin.
Una noche en vísperas de Fiestas de Fin de Año,saqué a pasear al perro en su caminata nocturna
y me puse a intrusear en un montón de cosas desechadas a más o menos una cuadra de mi casa:
sillas en perfecto estado,un televisor,un computador,perfiles de aluminio,un colchón casi nuevo,
un horno microondas y,aunque no lo crean hasta un refrigerador.
Pasaron varias horas antes que los recicladores (cartoneros,chatarreros,ropavejeros) se llevaran
todos los trastos. Hace cuarenta años los propios vecinos hubieran llegado rápido a recoger algo
atraídos por el aroma de los despojos.
Me dirán que esto no es tan así,que existen zonas donde todo se aprovecha,incluso lo que no
ha sido botado. Claro,por cierto,hay especialistas en el robo de cables,de tapas de alcantarillado,
del mármol de los cementerios,de las rejas de protección de las carreteras concesionadas y esto
ha sido siempre. A comienzos de los sesenta le sacaron la espada al soldado desconocido que
está en la base de la estatua de Baquedano. La espada fue encontrada tiempo después en los
cachureos de fierro de la Calle San Camilo.
Lo que ya no se encuentra demasiado en las veredas son rumas de libros y fotografías familiares,
un hallazgo bastante frecuente en las décadas pasadas. En este caso se trataba de una especie de
tesoro difícil de pasar por alto. Hoy sólo se pueden encontrar en las Ferias Persas o en alguna
Feria de las Pulgas,con precios de acuerdo al estado del texto escrito.
Y aunque no lo crean,el libro todavía vende.

Que Tengan Muy Buenas Noches.
Que Descansen.

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